Nueva York tiembla ante su paso
al igual que yo tiemblo ante la vida.
Se dirige hacia ninguna parte con desdén,
ondeando su pelo castaño con majestuosidad.
Se detiene a mirar escaparates
pero solo contempla su reflejo con tristeza
y los abandona siguiendo su camino.
El tiempo no existe para ella
y cada vez es más adicta a la necesidad.
El carmín rojo se estira dibujando una sonrisa
y me hace un gesto de saludo,
bajo la cabeza y sonrío,
ya me ha vencido.
[...]
Mi habitación sabe a ella;
las paredes lo saben.
Apoyo mi espalda en el marco de la ventana y la observo.
Observo como la luz lunar realza su cara,
observo como las sábanas dibujan sus desnudas curvas,
el hipnótico sonido de su leve respirar hace que me embelese
y pierda la conciencia entre el latir de sus brazos
y su amargo sabor a esperanza.